
Testimonio #13
Desde fuera, desde dentro. El mundo de los videojuegos es un mundo de hombres.
La primera vez que toqué un videojuego tenía cinco años. Había visto a mi padre comandar sus ejércitos contra las ciudades enemigas. Lo observaba. Me aprendí las mecánicas y un buen día decidí probar suerte. Aproveché que aún faltaba una hora para que mi padre volviera de trabajar. Dar al botón, hacer que la pantalla se encendiese. Me sentía como si estuviera cometiendo un crimen. Probablemente fuera ese sentimiento el que me hizo continuar.
Si soy franca, aquella no fue mi mejor partida. Resultó ser que para pasar de la teoría a la práctica hacía falta algo llamado experiencia. Por supuesto, fui derrotada y quiso la suerte que mi padre llegase justo entonces. Me echó la bronca, por supuesto. Aquel era su juego y yo ya tenía mis muñecas. Antes de cerrar el programa echó un ojo a las estadísticas. No debí hacerlo tan mal porque aquellas Navidades me regalaron mi primer juego de ordenador. Educacional, por supuesto, pero me daba con un canto en los dientes. El juego de ejércitos podía ser de mi padre pero aquel era solo mío.
Con los años, mi colección aumentó. Pasé a tener una balda en el salón. Pero cuando creces, todo se complica. Aún tengo recuerdos de cuando ser mujer y gamer era motivo de burla. Algo te pasaba, no llegabas a encajar. Había chicas que te miraban por encima del hombro. Había chicos que no te invitaban a los campeonatos que organizaban en sus casas. No por ser mala, no, sino por la posibilidad de perder contra una mujer. Pensé que era rara, pues eso me decían. Me lo terminé creyendo. No hablaba con mis amigos/amigas de videojuegos. Era mi secreto. Mi «guilty pleasure».
Hoy en día, si eres mujer y gamer eres un objeto de coleccionista. Sexualizada, la fantasía de muchos chicos. Tienes que tener la imaginación suficiente como para bautizar tus avatares con nombres neutros. No dar tu información personal y bajo ninguna circunstancia, revelar por el chat de un juego que eres una chica, sino, llegan los comentarios, desde «ven, que te enseño a jugar» a «vuelve a la cocina». Te investigan y créeme, si te buscan, te acaban encontrando. Correos explícitos, mensajes lascivos, acoso por las redes. Las burradas que te llegan a escribir desde el anonimato…
Soy cabezota, lo sé. Lo he sido siempre. A pesar de todo, hoy en día me estoy formando para ser parte del mundo de los videojuegos. En mi clase sólo somos tres chicas y de vez en cuando tenemos que corregir a los profesores cuando utilizan un término sexista. Porque se olvidan de que estamos ahí, pero yo, particularmente, no tengo ningún reparo en recordárselo. Nos hemos ganado la plaza y somos tan válidas como cualquier otro. Se nos ha elogiado por ello y se nos ha criticado por ello. Seguimos siendo minoría pero ¿sabes qué? Soy la líder de un grupo de desarrollo y el día de mañana pienso dedicarme a esto.
He dicho al principio que el mundo de los videojuegos es un mundo de hombres, pero eso no quiere decir que no haya que luchar por cambiarlo.
Anónima

