
Azafatas, Fórmula 1 y las prioridades del feminismo
La rutina de los domingos de verano es muy sencilla. Me levanto tarde, desayuno tarde y hago las tareas del hogar. Tarde también. Una vez concluidas las tareas, rozando el medio día, me siento en el sofá, alcanzo el mando y enciendo el televisor. Sin un destino fijo en la programación, hago zapping moviéndome por los canales hasta encontrar algo que resulte de mi agrado o, al menos, sea entretenido. Este domingo, mi especie de ritual dominguero se ha visto alterado. El motivo: había competición de Fórmula 1. Y en mi casa, aunque no son muy fanáticos del mundo del motor, si que son fieles seguidores de esta competición.
Yo, aunque respeto profundamente esto, no comparto esa pasión. Sin embargo, siempre es agradable compartir momentos en familia y nunca está de más aprender cosas que, quién sabe, podrían resultar útiles en el futuro. Por eso, no pocas son las veces que me he reunido junto a ellos para ver como los pilotos hacen muestra de sus habilidades de conducción y convierten un simple y repetitivo recorrido en una trepidante aventura.
Aún así, llevo algunas semanas bastante reticente a ver las carreras de Fórmula 1. Y el motivo es el profundo desencanto que tengo desde poco con el locutor español Antonio Lobato. No tengo nada personal contra él, pero hace relativamente poco, escuche como este comentarista se quejaba de la decisión que ha tomado Liberty Media, propietaria de la competición, de retirar a las azafatas de parrilla por no corresponderse con “las prácticas sociales actuales”.
Para quién no lo sepa, los grandes premios de fórmula 1 cuentan con azafatas, una práctica tan consolidada que se considera como un elemento clásico, para algunos “imprescindible”, de la disciplina. Se trata de chicas jóvenes y atractivas, con cuerpos y caras adaptados a los estándares normativos o a los fetiches masculinos. La explosión del placer visual sujetando una bandera o estandarte de la escudería de turno, vistiendo uniformes ajustados, algunos más discretos, otros menos, llenos de logotipos comerciales de patrocinadores. A simple vista podría parecer que son un adorno llamativo puesto para atraer al target principal de la competición: hombres. En definitiva, cumpliendo el estereotipo de la mujer objeto que sirve para embellecer el paisaje y satisfacer la mirada masculina.
La decisión no ha gustado a muchos. Por supuesto no ha gustado a los patrocinadores, pues encontraban un lienzo atractivo e interesante para publicitar sus marcas. Tampoco a las agencias subcontratadas que gestionan el tema de las azafatas, pues subsisten de esto y es evidente que van a perder mucho dinero. La defensa principal de estas empresas es que las azafatas no son solo caras bonitas, pues realizan un trabajo mayor del que se muestra. Además de ejercer de adorno particular, también se encargan de entretener a los invitados con conversaciones muy banales y hacer la estancia de estos más amena. O sea, que además de embellecer, entretienen. Por supuesto, estas empresas argumentan que ellas también se están adaptando a las nuevas normas sociales y que están modificando los uniformes haciendo de estos algo más cómodo, “enseñando lo justo” y siendo femeninos. Lo que me da a entender que si antes buscaban el outfit femme fatale, ahora se aproximan más al look «ama de casa angelical americana» de las series y películas de los años cincuenta o sesenta.
Pero sin duda, las más afectadas y verdaderas víctimas de esta decisión son las azafatas. Se trata de mujeres que van a perder su empleo y no están nada contentas por ello. Si bien es cierto que se trata de un trabajo muy acorde a los estereotipos patriarcales, también lo es que ellas no tienen la culpa de que esto sea así. Muchas, tras la toma de la decisión, se manifestaron en contra de esta en los medios de comunicación. Alegan que consideran demasiado drástica y poco apropiada la erradicación del puesto de trabajo. Afirman que, en vez de eliminarlo, se debería haber hecho algo por mejorar las condiciones laborales y mitigar el sexismo sin necesidad de acabar con la profesión. Creaciones de códigos de vestimenta, reducción de las horas de exposición, salario más digno y la protección de estas ante aquellos que las tratan como objetos son algunas de las propuestas de estas mujeres.
Otra solución que se propone es hacer la profesión mixta, es decir, tener azafatos y azafatas para así mitigar el sexismo al que se somete la profesión. Sin duda una propuesta interesante y digna de debate.
Lo que es innegable es que la manera en que estaba planteada la profesión hace que se objetivice a la mujer y una vez más sea considerada como poco más que una lámpara ornamental.
Por supuesto, reitero que ellas no tienen la culpa de que el mundo sea así y que se nos ofrezcan estas posibilidades, estos trabajos, o que se nos de este trato mediático. NINGUNA MUJER JAMÁS TENDRÁ LA CULPA DE ESTO.
Bueno, me he ido por las ramas, pues lo que yo quería criticar aquí no es la profesión de azafata per se, sino un comentario, quiero pensar que desafortunado, de Antonio Lobato. En uno de los grandes premios, Lobato opinó algo así como que este tipo de medidas no solucionaban nada, que hay cosas más importantes. Y es cierto, Antonio, no vas desencaminado. Entre las cosas más importantes está el hecho de que, a parte de azafatas, pocas mujeres más encontramos trabajando en este mundillo. No hay, a día de hoy, ni una sola mujer que ejerza de piloto principal en ninguna de las escuderías. Si bien es cierto que algunas consiguen llegar a ser piloto de reserva o piloto de prueba, esto se queda ahí. Creo que en pleno siglo XXI el decir “quizás no eran lo bastante buenas” sobra, pues es evidente que en general, pero en particular en el mundo del motor, no tenemos, ni de lejos, las mismas oportunidades. Y si no que se lo digan a Susie Wolf, que después de estar tres años como piloto de reserva para la escudería Williams y de demostrar en varios entrenamientos libres su innegable potencial, a la altura de sus compañeros varones, abandonó su sueño de ser piloto para cumplir con otras ambiciones. ¿Por qué? Porque no iban a contar con ella y tampoco vas a perder toda tu vida intentando atravesar un techo que más que de cristal es de hormigón armado.

Tampoco el resto del equipo de escudería, el formado por ingenieros, mecánicos, etc. cuenta con muchas de ellas. Es decir, la competición se postula como casi completamente masculina. Una competición planteada por hombres, en la que casi exclusivamente sólo trabajan hombres y dirigida a hombres. Es cierto, Lobato, hay otras muchas cosas importantes además del problema de las azafatas. Hiciste bien en mencionar esta cuestión. Lo que no escuche fue ninguna crítica a estas otras cuestiones, siquiera una simple mención como la que yo he hecho. Solo parecías criticar la decisión y los motivos ideológicos en los que se apoyaba (claramente feministas).
Más que una persona denunciando algo, me pareció que sonaste a señor que no quiere que toquen sus cosas. Porque como acostumbramos las mujeres a oír no tenemos razón, las cosas no se hacen así y nunca sabemos lo que son problemas realmente importantes. No, no sabemos priorizar nuestra lucha. Pero ellos sí que saben y están dispuestos a decirnos cómo.
Gracias por tanto Antonio.

