
Sí, la tumba de Birka era de una vikinga
Hace unos días resurgió en redes sociales el caso de la tumba de Birka, algo que podríamos llamar un descubrimiento por partes, un descuido inevitable o un ejemplo de lo difícil (y necesario) que es abordar la realidad sin prejuicios, y de lo necesario que es tener una perspectiva de género en todos los ámbitos, incluida la arqueología.
En 1870, el arqueólogo sueco Hjalmar Stolpe descubrió en Birka, una población vikinga en el sur de Suecia, una de las tumbas más icónicas que se han encontrado de esta cultura. La tumba, grande y llamativa, albergaba los restos de una sola persona con ropa lujosa, así como de dos caballos. Se encontraba rodeada de armas, y tenía piezas de un juego de estrategia, lo que hizo pensar a sus descubridores que era una importante autoridad militar. Los restos se asociaron así a un guerrero vikingo modelo, buen líder y estratega ejemplar. Guerrero, en masculino, porque al ver la tumba y los objetos que se encontraban en ella, los arqueólogos asumieron que se trataba de un hombre y no de una mujer.

En los años 70 se empezó a cuestionar la conclusión de Stolpe, pero hubo que esperar hasta hace pocos años para confirmar las sospechas. La bioarqueóloga Anna Kjellström afirmó en 2014 que los huesos de la tumba de Birka se correspondían con los de una mujer y no con los de un hombre, pero no tuvo demasiado respaldo por parte de la comunidad científica: muchos argumentaron que podrían haberse mezclado los huesos de distintas excavaciones, o de distintas personas en esa misma tumba.
En 2016, la arqueóloga Charlotte Hedenstierna-Jonson y su equipo de la Universidad de Uppsala, recogieron muestras de ADN para analizarlo, y demostraron que los huesos pertenecían a una mujer. La publicación de los resultados puso fin a la incertidumbre, pero dio pie a un intenso debate sobre los roles de género en la sociedad vikinga. Las conclusiones que antes se habían aceptado sobre su oficio y rango social ya no eran consideradas válidas: no tenía por qué ser una importante guerrera y estratega, aunque aquella fuese una de las tumbas con más armas que se habían encontrado en la zona. No sería algo tan extraño, puesto que la mitología vikinga contaba con distintas figuras femeninas fuertes, y varios cantares hablaban de mujeres guerreras.

A principios de este año, el mismo equipo que analizó el ADN de la guerrera vikinga de Birka publicó un segundo artículo en el que confirmaban (de nuevo) el sexo de la persona enterrada. Si bien es cierto que no es posible saber con total seguridad si se trataba de una mujer guerrera, todo apunta a que sí.
En cuanto los arqueólogos entraron en la tumba de Birka hace un siglo y medio, concluyeron que se trataba de la tumba de un militar: las armas, los caballos… Todo apuntaba a ello. Pero ahora que se demostraba que los huesos eran de una mujer, ya nadie aseguraba nada. ¿Y si en realidad en la tumba estaba enterrado un gran guerrero y su mujer, pero el cadáver de gran guerrero había sido retirado? ¿Y si esos objetos eran de la familia de la mujer? Ahora todo era incierto. Se planteó también si no podría tratarse de un hombre transgénero, opción que el equipo no descarta, pero argumentan que esta interpretación puede ser problemática porque el término podría no ser aplicable a una cultura tan lejana.

El siglo pasado, la idea de que esa tumba pudiese pertenecer a una mujer les resultaba tan inconcebible a los arqueólogos que la descubrieron que ni siquiera se molestaron en examinar detenidamente los huesos. Pero ¿qué habría pasado si lo hubiesen hecho? ¿Cómo sería nuestra percepción de la sociedad vikinga? ¿Y cómo sería nuestra sociedad? Sabríamos que las mujeres guerreras no son personajes mitológicos o de ficción. A lo mejor lo inexistente serían los roles de género, y no tendríamos que escuchar que las mujeres no podemos hacer esto y que los hombres no pueden hacer lo otro. O puede que esto sea una gran exageración; nunca lo sabremos.
Algo que sí sabemos, o deberíamos aprender a raíz de la mujer enterrada hace once siglos en Suecia entre espadas y puntas de flecha, es que la historia no está cerrada, ni es objetiva. Todas las personas tenemos nuestros propios sesgos culturales que nos hacen fijarnos en unas cosas y no en otras, y ver la realidad desde una perspectiva concreta. Historiadores, arqueólogos y demás profesionales no son una excepción a esto. Deberíamos al menos tener presente que siempre pueden darse nuevos hallazgos, y un simple descubrimiento relacionado con una civilización antigua puede cambiar por completo la forma que tenemos de verla, sin importar cuánto pensamos que sabemos de ella. Siempre puede llegar un test de ADN que desmienta lo que durante siglo y medio fue aceptado como una verdad absoluta.

