
Hablemos de cuotas: ¿dónde están las mujeres?
Hablemos de premios, de autoridad, de méritos, de presencia en eventos. De los Premios Nobel, de los cargos de responsabilidad en grandes empresas, de festivales de música, de espectáculos de todo tipo, de los libros de texto, de representación y visibilidad. Durante años, varias voces se han preguntado “¿dónde están las mujeres?”. Estamos en el año 2019 y seguimos haciéndonos la misma pregunta, mientras deseamos que llegue el momento de este tema porque ya no tenga sentido hablar de ello.
No es extraño encontrar en unas jornadas de cualquier ámbito una charla o actividad con un nombre similar a “La mujer en [inserte ámbito en cuestión]”. Tampoco es raro ver que es la única actividad en la que participan mujeres como ponentes. Sea como sea, la pregunta de “¿Cómo es ser mujer y [inserte ocupación en cuestión]?” no falta en ninguna entrevista. Y el tema está empezando a cansar: queremos que se planteen otras cosas. Concienciar sobre la brecha de género presente en muchas áreas sigue siendo muy importante, pero a lo mejor preferimos saber más sobre la carrera y el trabajo de la persona con la que se está hablando.
Ojalá llegue un día en el que no haga falta hacer ese tipo de preguntas, ni tengamos que denunciar la falta de representación femenina. Estaría bien no tener que ver cómo la pregunta que se le hace a Ada Hegerberg, la primera ganadora de un Balón de Oro, sea si sabe hacer twerking. Ojalá la paridad sea algo normal y no una quimera. Sin embargo, para eso necesitamos tener ejemplos a seguir; tenemos que ser capaces de ver que es posible llegar a nuestra meta. “No puedes ser lo que no puedes ver”, decía Marian Wright Edelman hace ya varias décadas. Sin un modelo a seguir, es más fácil tirar la toalla y abandonar el camino que nos habíamos marcado.
Un ejemplo está en los Premios Nobel. A lo largo de su historia podemos observar una desigualdad de género sorprendente: solo 52 de los más de 900 galardones han sido otorgados a mujeres. Podemos encontrar varias razones para esto. Por un lado, puede deberse a una mirada patriarcal que sistemáticamente pone el foco en los trabajos de los hombres; por otra parte, tenemos un problema de estadística, al haber menos mujeres en estados avanzados de la investigación científica. Esto nos devuelve al tema de la representación: cuantos más ejemplos de mujeres en la ciencia veamos, más equilibrada será la situación. Alguien pesimista diría que esto es la pescadilla que se muerde la cola; seamos optimistas y centrémonos en que poco a poco se está avanzando.
Esto se aplica a cualquier ámbito: el fútbol femenino, por ejemplo, está ganando relevancia entre el público y en distintos clubes se ha alcanzado la igualdad salarial para mujeres y hombres. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer, no solo en el deporte. Distintas plataformas han denunciado la desigualdad presente en los carteles de los festivales de música españoles. En 2017, Ana Isabel Cordobés publicaba en El Perfil de la Tostada cómo serían los carteles de los principales festivales si solo se quedasen las formaciones con al menos una mujer: los resultados eran chocantes. Hace unos días, la plataforma Indie en Femenino denunciaba que en un festival patrocinado por organismos públicos hubiese tan solo una mujer entre 26 hombres. La presencia femenina se reducía a una formación del total de nueve que participaban. Frente a esto, iniciativas como la Asociación MIM luchan por equilibrar la balanza y visibilizar el talento femenino, poniendo de manifiesto la desigualdad existente.
Y llegamos a las cuotas, la gran polémica: ¿son necesarias realmente? ¿No suponen una restricción? Si partimos de la base de que el sistema por sí mismo no va a cambiar, habrá que cambiar las reglas. Si durante siglos la voz de las mujeres ha sido silenciada, ¿qué nos hace creer que se nos escuchará ahora si no levantamos la voz? El camino es largo, sí, pero se hace paso a paso; y el primero pasa por forzar un poco la máquina para que se ponga a funcionar. Posiblemente lo más problemático de ese primer paso sea el miedo y el rechazo que genera. Porque la respuesta de muchos ante las polémicas cuotas y la discriminación positiva es el miedo: ¿y si por dar a una mujer un determinado puesto se quedan fuera hombres con mucho talento que se lo merecen más?
Resulta curioso que la cuestión no se plantee al contrario: ¿cuántas mujeres perfectamente válidas para un puesto no lo han conseguido porque se les ha negado la oportunidad de optar a él? ¿Cuántas carreras prometedoras ha detenido ese dichoso techo de cristal? ¿Cuándo lo haremos estallar? Poco a poco están surgiendo grietas que permiten distinguirlo, y con cada ejemplo, premio y nombre se va resquebrajando un poco más.

