Cultura

La voz dormida, rescatada por Dulce Chacón

Seguramente muchas de las personas que os encontráis leyendo estas palabras habéis tenido que bajar la voz mientras hablabais de algo. Por ejemplo, mientras le contabas a tu hermana algo sobre esa noche que saliste de fiesta y no queríais que vuestra madre os escuchase; o cuando te sinceraste sobre tu orientación sexual a esa amiga y tenías miedo de que alguien te oyera; o cuando le confesaste a tu madre aquello que hiciste mal y no queríais que tu padre se enterase.

Todos estos momentos son tan cotidianos como la vida misma, pero ahora imagina tener que bajar la voz siempre que hablas, desconfiar de tu entorno y cerrar las ventanas para evitar que cualquier vecino escuche. Todo por ser como eres, por no haber hecho nada o por tus creencias o las de tus familiares. Este es el miedo que se encontró Dulce Chacón durante los años que estuvo investigando y recopilando testimonios para escribir La voz dormida. Un miedo que durante décadas había silenciado historias y las había borrado de la historia de España.

Fotografía: Dulce Chacón

Así pues, nada más abrir la primera página de este libro podemos leer: “a los que se vieron obligados a guardar silencio”. Porque Dulce Chacón dedica este libro a los vencidos de la Guerra Civil española, a aquellos que tras perder la guerra sufrieron una segunda derrota, la de verse obligados a vivir con miedo, a asumir que nunca iban a saber qué pasó con aquellos familiares que desaparecieron, a no poder hablar de ello y ver cómo poco a poco la vida continuaba, pero sus historias se iban quedando atrás y pasaban a formar parte de un pasado que nadie se atrevía a rescatar.

A través de sus más de cuatrocientas páginas conocemos las historias de Hortensia, Reme, Elvira, Tomasa y Sole, quienes se encuentran presas en la cárcel de mujeres de Ventas cumpliendo condenas que no saben cuándo acabaran ni con qué desenlace. Junto a ellas, sabemos que se encuentran miles de mujeres, lo que convertía la cárcel de Ventas inaugurada en 1933 e ideada por Victoria Kent para albergar a unas quinientas presas, en un verdadero infierno.

Fuente: Cárceldeventas.madrid.es

Estructurada la obra en tres partes, en la primera de ellas conocemos cómo han terminado siendo presas cada una de las protagonistas, cómo eran sus vidas anteriormente, sus familias y cómo poco a poco estas se fueron rompiendo debido a las persecuciones, los asesinatos y los encarcelamientos en distintas prisiones de le geografía de España. Lejos de sus amados, con miedo de que sus hijos no las reconocieran por el paso del tiempo o habiendo perdido a sus padres, estas mujeres forman la familia que les ha sido arrebatada y cómo hermanas, hijas y madres se protegen y cuidan.

Fuera de la cárcel se nos muestra el sufrimiento de los familiares que todavía quedan, quienes ahorran lo que pueden para llevar comida, ropa o regalos a las presas. Entre ellos conocemos al abuelo de Elvira y a su hermano Paulino; al esposo y los hijos de Reme; a la hija de Sole; a Pepita, la hermana de Hortensia y a su amado Felipe. Algunos como Felipe y Paulino son maquis y continúan la guerra contra la dictadura en los montes, otros viven en Madrid y los menos afortunados vienen desde lejos rezando porque les dejen entrar y no tengan que esperar un año entero hasta poder volver.

Durante la segunda parte avanzan las historias de cada uno de ellos, y se va desvelando un retrato completo de la vida en el Madrid de la posguerra. Los silencios y el miedo son tan cotidianos como aprovechar la madrugada para darse un beso a escondidas en la estación de atocha, recoger las migas de pan del mantel para venderlas, ir al cementerio a escuchar el número de disparos que suenan, o colarse para cortar un pedacito de tela de la ropa de los asesinados para dárselos a aquellos familiares que no pudieron despedirse.

Finalmente, en la tercera parte conocemos el desenlace de nuestros personajes, bien el de aquellos que consiguen casarse, exiliarse y reencontrarse o bien el de aquellos que sufrieron el mismo triste e injusto final de las Trece Rosas, quienes son nombradas en la obra ya que fueron presas de la cárcel de Ventas y de quien Chacón conoció su experiencia allí al escuchar el testimonio de quienes compartieron celda con ellas y al acceder a las cartas de Julita Conesa, gracias a su sobrino.

Fuente: Tribuna Feminista

No obstante, una de las partes más impactantes llega cuando una vez leída toda la historia, aparecen las páginas que Dulce Chacón dedicó a los agradecimientos, una sucesión de nombres en los que se reflejan todos aquellos testimonios que Chacón recopiló y dio forma en la obra. Los personajes que en ella conocemos no existieron al pie de la letra.

El libro comienza con la siguiente frase “la mujer que iba a morir se llamaba Hortensia (…) y estaba embarazada de ocho meses”. No existió ninguna Hortensia Rodríguez García, pero sí muchas mujeres que entraron embarazadas a la cárcel y perdieron a sus hijos o no pudieron disfrutarlos más que los meses que les dejaron amamantarlos. En los agradecimientos podemos encontrar el testimonio que inspiró este personaje: “a Enrique, hijo de una mujer fusilada después de dar a luz”.

El personaje de la joven Elvira que tras salir de la cárcel se une a la guerrilla, pasa a llamarse “Celia” y conoce a “El peque” con quien se casaría en Praga procede de la vida de Remedios Montero, quien le contó su historia a Dulce Chacón y que además plasmó en su autobiografía titulada Recuerdos de una guerrillera antifascista. Quien coincidió en la guerrilla y en la cárcel de mujeres de Alcalá con Esperanza Martínez, llamada Sole, que inspira a otra de las protagonistas y que cuenta su experiencia en Guerrilleras.

Fuente: Público.es

Encontramos otros agradecimientos como el de a “José Luis Muñoz Bejarano, que me prestó el nombre de su abuelo Mateo” que es como pasa a llamarse Felipe cuando huye a Francia. O el de a “José Hernández que vio la bandera española en unos labios y un peinado de Arriba España” que son detalles que Chacón usa para caracterizar a una de las carceleras que castiga a las presas. Y así miles de pequeños detalles que la autora aúna e hila.

Sobre todo, Dulce Chacón dice deber su obra a una cordobesa de ojos azules, Josefa Patiño, o como la conocemos en la obra, Pepita, quien le contó su historia de amor a Chacón, y ha seguido contándola a toda persona que se ha acercado a preguntarle, incluido el director y las actrices de la película basada en el libro y con el mismo título que se estrenó en 2011, así hasta fallecer en 2015.

Fuente: Elpaís.com

Todo esto recuerda a la conversación que el personaje de Pepita tiene con su sobrina Tensi:

Tensi: —¿El señor Gerardo es mi abuelo?

Pepita: —Sí.

Tensi: —Pero si tú no eres mi madre y él no es tu padre, no puede ser mi abuelo.

Pepita: —Yo soy tu madre de mentirijilla.

Tensi: —¿Y el señor Gerardo es mi abuelo de verdad, o de mentirijilla como tú?

Pepita: —De mentirijilla, pero hay mentirijillas que son una verdad más honda que las propias verdades.

Pues Dulce Chacón hace lo mismo, junta la realidad y la ficción en una serie de mentirijillas pero que permiten conocer una verdad más profunda sobre la historia de España, una historia que no aparece en los libros de texto, una historia durante muchos años borrada y durante otros tantos olvidada. Es la de aquellas mujeres que estuvieron tanto en el frente como en la retaguardia, que sirvieron de enlaces, que cuidaron de todo aquel que pasó por sus brazos, que repartieron libros y manifiestos, que sabían ocultar comida que enviar o coser la ropa que hiciese falta. Mujeres que dentro y fuera de la cárcel siguieron luchando y oponiéndose a la dictadura.

Una historia que la autora desde que comenzó a escribir poemarios hasta su pronta muerte en 2003 estaba convencida de que había que recordar y despertar, pues como ella misma dijo en un seminario en 2002: “el conflicto de las dos Españas no terminó al acabar la guerra civil. Terminará cuando pueda hablarse del conflicto. Terminará cuando no haya ni una sola persona que necesite bajar la voz para contar su historia. Los que perdieron la guerra fueron condenados al silencio, impuesto por la dictadura y consensuado por la democracia”.

 

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