
Cine de terror y mujeres protagonistas, del grito a la supervivencia
Es curioso cómo el cine de terror, siendo el único género cinematográfico en el que los personajes femeninos aparecen más en pantalla y hablan más que los personajes masculinos, haya estado, a lo largo de la historia, tan cargado de misoginia y violencia hacia las mujeres.

Desde la década de los años 30 hasta los años 60, se estrenaron películas que dieron lugar a las “scream queens”, actrices cuyo papel fundamental era gritar paralizadas ante el asesino, monstruosidad o aparición que las amenazase, dejando gritos que pasarían a la historia. Algunas de las más famosas fueron Fay Wray en King Kong (1933), Simone Simon en Cat People (1941), Beverly Garland en Not of this Earths (1957) o Janet Leigh en Psicosis (1960). Desde películas de “serie B” hasta los grandes clásicos de Hitchcock, las mujeres eran las preferidas para ser las víctimas, de hecho, Hitchcock especificaba que “las rubias eran las mejores”.
No obstante, frente a las víctimas pasivas, una mujer con poder siempre fue uno de los monstruos más terroríficos, por lo que no extraña la gran cantidad de películas llenas de brujas que consiguen controlar a los hombres, vampiresas que atraen con su sexualidad a sus víctimas masculinas y espíritus femeninos que vuelven buscando venganza contra aquel marido, amante, científico o amigo que las asesinó.
A partir de los años 70, comenzó la edad dorada del slasher, un subgénero del cine de terror caracterizado por un personaje protagonista que se trataba de un asesino psicópata que perseguía y asesinaba, en muchas ocasiones de forma aleatoria, y, además a jóvenes. A aquellos primeros planos de chicas gritando aterrorizadas se sumó el concepto de la “final girl”.
Este recurso consiste en contar en la historia con un personaje femenino que sea el único que sobreviva a la matanza. En todas aquellas películas de adolescentes de fiesta en una cabaña en el bosque o celebrando su baile de fin de curso, era la chica puritana, que no había tenido contacto con las drogas o el sexo la que por pura suerte lograba escapar. Una especie de premio a los valores que encarnaba, a diferencia de la chica más guapa que tenía novio y alardeaba de ello, que solía ser una de las primeras en morir.
El cine de terror es bien conocido por repetir históricamente los mismos recursos una y otra vez, ya sea como homenaje o como parodia. Sin embargo, poco a poco, aquellos personajes femeninos superficiales que eran menos protagonistas que su amenaza, han dado paso a mujeres inteligentes y fuertes física o emocionalmente que logran escapar y vencer con todas las armas posibles a su alcance. Desde Sigourney Weaver en Alien (1979) o Jamie Lee Curtis en Halloween (1978), el cine se ha ido llenando de personajes femeninos más profundos, complejos y capaces.
No por nada, cuando cuarenta años después vuelve el asesino Michael Myers podemos ver en la película estrenada en 2018 a una Jaime Lee Curtis, que ahora es abuela, junto a su hija y a su nieta encerrar al asesino en la casa que sería su propia tumba. Tres generaciones de mujeres logrando lo que ningún oficial de policía pudo.
El personaje de la “final girl”, concepto, de hecho, acuñado en 1992 por la profesora de cine estadounidense, Carol J. Clover, en su libro “Hombres, mujeres, y motosierras: Sexo en la película de terror moderna” pasa de ser una mera excusa para escenas que prácticamente entran dentro del subgénero del torture porn, caracterizado por los desnudos y las mutilaciones, a permitir que los espectadores masculinos vean películas con protagonistas femeninos y se identifiquen con ellos.

Algo que no sucede en el resto de géneros cinematográficos donde una mujer protagonista se asocia a un tipo de cine que se piensa que solo va a atraer a mujeres. Lejos de la realidad que muchos consideran, sobre que solo los chicos ven y se ríen con estas películas mientras que las chicas se asustan, más del 50% del público del cine de terror son mujeres.
Algo que se debe a la capacidad del cine de terror para generar estímulos y respuestas en nuestro cerebro, sobresaltarnos y generar adrenalina, antes que por el hecho de ver la masacre continuada y estereotipada de sus compañeras. Un hecho que parodia la feminista y activista Rita Mae Brown en el guion que escribió para la película Slumber Party Massacre (1982). En esta se muestra el cuerpo femenino tanto como en otras películas de la época, pero con unos planos que lo enfatizan tanto que ponen en evidencia la mirada masculina.
No obstante, a diferencia de otras películas aquí no se trata a las chicas protagonistas como meros complementos necesarios para que el asesino del taladro automático se luzca en la masacre, sino que las conocemos, escuchamos hablar de temas como masturbación, vemos fumar marihuana e incluso ojear la revista Playgirl, algo poco habitual y reflejo, además, de la visibilidad lésbica que Rita Mae Brown reivindicó en las décadas de los 60 y los 70.


