
Planchado de pecho, cuando la víctima es la responsable
El término violencia cultural agrupa todas las costumbres, ideas, tradiciones y normas de un pueblo que de alguna forma justifican la violencia contra personas de su propia comunidad u otras. Una violencia que puede ser física, verbal, psicológica, económica o sexual. Algunos ejemplos serían: el matrimonio infantil o forzado, la mutilación genital femenina (que resaltamos hoy, 6 de febrero, en su día internacional) o el planchado de pecho, una práctica todavía muy desconocida y encubierta.
En las comunidades donde se realiza la mutilación genital femenina existe una gran presión social por garantizar que las mujeres lleguen vírgenes al matrimonio, no sean infieles a sus maridos o no sientan placer sexual y se mantengan puras. Sin embargo, bajo ritos como el planchado de pecho, se esconde una consecuencias retorcida del sistema patriarcal, la desigualdad entre sexos y la violencia de género: dañar a tus propias hijas, nietas o sobrinas por protegerlas.
Cuando la fotógrafa, Heba Khamis, ganadora del World Press Photo de 2018 en la categoría de temas contemporáneos, viajó a Camerún se encontró con que el planchado de pecho no se puede entender sin un vínculo muy fuerte de amor y protección entre madres e hijas.

De primeras parece imposible encontrar un componente de cariño en una práctica consistente en planchar, golpear o aplanar hacia abajo los pechos de niñas que acaban de empezar a desarrollar con objetos que se han puesto al fuego, tales como palos, morteros o piedras, y presionarlos con telas contra el torso con el fin de deteriorarlos y así hacerlos desaparecer o retrasar su desarrollo. Lo cual puede tener consecuencias físicas como infecciones, inflamaciones, quemaduras, quistes, fiebres, destrucción de tejido mamario, secreción de leche o problemas en la lactancia, disimetría en los pechos o desaparición completa y problemas psicológicos como traumas, angustia o rechazo al propio cuerpo.
Siendo una práctica de la que no empezó a haber registros hasta 2006, son muy pocos los datos que se poseen sobre ella, en relación a las comunidades donde se lleva a cabo, el número de personas que han sido víctimas de ella, etc. No obstante, la ONU, ya ha identificado que casi 4 millones de mujeres en todo el mundo se han visto afectadas por esta costumbre.
Lejos de encontrarse con “ritos de paso a la edad adulta”, Heba Khamis se topó en Camerún con relatos de madres que esperaban proteger a sus hijas de ser violadas, secuestradas o de tener que abandonar la escuela si se quedaban embarazadas.
Intentan retrasar la madurez o hacerlas invisibles a los hombres que consideran que, si sus senos han empezado a crecer, están listas para tener relaciones sexuales
– explica Khamis en su exposición “Belleza prohibida» –
Según la ONU y la Organización Africana de la Salud es uno de los cinco delitos menos denunciados en relación a la violencia de género. Es una práctica que se mantiene en secreto y que pocas veces se detecta o denuncia, ya que las propias menores confían en las mujeres de su familia. Si bien existen instrumentos como la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención sobre los Derechos del Niño o la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer de las Naciones Unidas, no existen ninguna ley específica que cree un marco para acabar con esta práctica, en concreto.

Khamis se planteó tras este trabajo la relación con su propio cuerpo y con su madre, y verdaderamente cuántas personas no hemos peleado con nuestras madres o nuestros padres, cuando no han querido que saliésemos una noche de fiesta con ropa que consideraban que nos exponía y ponía en peligro.
Lo triste es que da igual que el foco se ponga en la víctima, tenga más o menos pecho, sea más o menos femenina, lleve más o menos ropa o incluso si son o no mujeres, pues cabe recalcar, que este artículo se ha escrito usando las palabras “niñas” y “mujeres” por hacer referencia al género de la mayoría de personas que sufren este tipo de violencias, algo que no quita que infinidad de niños y jóvenes trans también las sufran porque se niegue su identidad y se les torture en relación al género que se asocia a sus genitales.
Al igual que sucede con la mutilación genital femenina, con prohibirla no es suficiente, ni se consigue nada con criminalizar a las familias y victimizar a las mujeres, pues como explicaba Khamis en una entrevista sobre su reportaje fotográfico, “intentan proteger a sus hijas de una realidad sobre la que no tiene control”. Una realidad falta de educación sexual, con una brecha de igualdad entre géneros, que provoca que niñas que empiezan a tener pecho se avergüencen de él, vivan las incómodas situaciones de que cualquier hombre las mire o toque sin su consentimiento y donde sin acceso a métodos anticonceptivos o el derecho a un aborto legal, seguro y gratuito se vean obligadas a abandonar sus estudios si se quedan embarazadas.

En definitiva, el planchado de pecho es solamente una de las muchas formas en las que se responsabiliza a las mujeres de la propia violencia que sufren, algo que no cambiará hasta que se eduque a jóvenes, familias y profesionales dotándoles de información, formación y recursos para que a la hora de protegerse no se acuda a soluciones que socaven la libertad, la dignidad o la integridad física.

