
Marie Curie: detrás del mito
Cuando nos preguntamos por mujeres relevantes en el campo de la ciencia, uno de los primeros nombres que recordamos es el de Marie Curie, la investigadora polaca que a principios del siglo pasado descubrió la radiactividad y dos nuevos elementos químicos: el polonio y el radio. Fue la primera mujer galardonada con un Premio Nobel, la primera persona que recibió dicho premio en dos categorías distintas, la primera mujer en ocupar una cátedra en La Sorbona (Universidad de París), la primera mujer enterrada en el Panteón de París por méritos propios… En definitiva, Marie Curie fue una pionera que de alguna forma abrió camino para las mujeres que vendrían después.
Yo conocía los datos más famosos de la biografía de esta científica: sabía que sus descubrimientos supusieron un gran avance para la física, la química y la medicina, que fue la primera mujer en recibir ese nivel de reconocimiento global… Sin embargo, no me había parado a pensar en lo que había detrás de todos esos logros. Hasta que me topé con La ridícula idea de no volver a verte, el libro de Rosa Montero que, partiendo del diario que Marie Curie escribió tras la muerte de Pierre, construye una mezcla de narración biográfica y ensayo sobre el duelo plagado de reflexiones sobre temas presentes en la vida de Marie y la de muchas de nosotras. En este libro pude ver una cara distinta de la Marie Curie que aparece con gesto serio en todas las fotografías.

Maria Skłodowska (conocida hoy día como Madame Curie) nació en Varsovia en 1867, cuando Polonia aún no existía como país y era parte del Imperio ruso. Aprendió la lengua y cultura polacas en una escuela clandestina y ya desde la adolescencia tuvo claro que quería seguir sus estudios, aunque era consciente de que tendría que irse al extranjero. Años después hizo un trato con su hermana Bronisława: primero Maria le daría apoyo económico para que pudiese estudiar en París, y después sería el turno de Maria de empezar su carrera académica allí con el apoyo de su hermana. No era una decisión fácil, puesto que aquello no era lo que se esperaba de ella, pero Marie era consciente de sus capacidades y quiso seguir ese camino. Y menos mal que lo hizo.
Al llegar a París, Maria cambió su nombre a Marie. Se licenció en Física y después en Matemáticas en una época en la que apenas había mujeres en las universidades. Conoció a Pierre Curie en 1884 a través de un amigo en común que los presentó, y pronto descubrieron que tenían muchas cosas en común, entre ellas su interés por la investigación. Se casaron un año después y en 1887 Marie se quedó embarazada de Irène, la primera hija de la pareja. Para su doctorado, Marie se propuso investigar las radiaciones invisibles que el científico francés Henri Becquerel había descubierto en las sales de uranio en 1896. Junto con Pierre, experimentó con minerales que contuviesen uranio, midiendo la radiactividad de los mismos con la ayuda de un aparato diseñado por Pierre y su hermano, y determinaron que posiblemente estuvieran formados por elementos mucho más radiactivos que este. Estas investigaciones las llevaron a cabo en un cobertizo mal acondicionado, en el que procesaron kilos y kilos de esos minerales para poder extraer lo que buscaban. A lo largo de 1898, los Curie anunciaron el descubrimiento de dos nuevos elementos: el polonio y el radio.

En 1903 recibió junto con su marido Pierre y Henri Becquerel el Premio Nobel de Física por sus investigaciones conjuntas sobre radiación. En realidad, pudo haber quedado fuera del premio, ya que en un principio quisieron dárselo únicamente a los dos hombres, pero Pierre amenazó con no aceptar el premio si no la incluían. A partir de ese logro sus condiciones de trabajo mejoraron. A Pierre le ofrecieron un puesto como profesor en La Sorbona y pudieron trasladarse a un laboratorio equipado y cobrar buenos sueldos. En 1904 nació su segunda hija, Ève Curie. Continuaron sus investigaciones, intentando obtener radio y polonio en estado puro, hasta que en 1906 Pierre murió atropellado. Llevaba un tiempo enfermo, debilitado sin saberlo por la radiación, y su muerte supuso un duro golpe para Marie. Fue en ese momento cuando empezó a escribir ese breve diario que ha llegado a nuestros días.
Mientras seguía de luto, le ofrecieron el puesto de su marido y al aceptar pasó a ser la primera mujer en dar clases en la Universidad de París. En 1910 logró obtener un gramo de radio puro con la ayuda de André-Louis Debierne, demostrando la validez de su descubrimiento frente a los escépticos que dudaban de ella. En 1911 le otorgaron el Premio Nobel de Química por haber descubierto el radio y el polonio. Sin embargo, este reconocimiento llegó en medio de un escándalo generado por su breve relación amorosa con el físico Paul Langevin, que estaba casado. Recibió tanto amenazas por parte de la esposa de Paul como insultos xenófobos y machistas por parte de un sector de la opinión pública. Dentro del mundo académico se aprovechó esta situación para restarle mérito a sus logros, pero gracias al premio recibido pudo convencer al gobierno francés de apoyar la creación del Instituto del radio (ahora Instituto Curie), dedicado a la investigación.

Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Marie llevó las muestras de radio a Burdeos y junto a su hija Irène ayudó a los heridos en las trincheras con las unidades móviles de radiografía, ambulancias radiológicas o «pequeñas Curie». Durante los años siguientes, Marie siguió trabajando con intensidad, mientras su aspecto era cada vez más el de una persona de edad mucho más avanzada. Su deterioro físico era consecuencia de la elevada exposición a la radiación. Marie Curie falleció en 1934, a los 66 años.
En su libro, Rosa Montero se plantea cuántas mujeres no pudieron llegar donde llegó Madame Curie por culpa de los obstáculos que poblaban su camino y la presión que existía sobre ellas. Y es que la vida de Marie Curie fue una lucha constante contra expectativas, mandatos sociales y prejuicios: desde no poder estudiar por ser mujer a sentirse culpable por dedicarse a su trabajo en lugar de abandonar su carrera al ser madre, a aguantar los insultos que le dedicaron cuando volvió a enamorarse. Y es que todas las críticas que surgieron de su relación con Langevin iban dedicadas a ella, la amante, la otra mujer. Sobre sus hombros siempre acechaba, como destaca Montero en su narración, la presión por hacer «lo que se debe». Estuvo a punto de quedarse en Polonia viviendo con su padre en lugar de estudiar en París. Y menos mal que no lo hizo.

Detrás de cada logro hay una parte de la que no se habla tanto, que no se ve tanto: el tema de los cuidados. Mientras ayudaba a Pierre con sus investigaciones, Marie también se encargaba de la casa y de la cocina, al tiempo que estudiaba unas oposiciones para poder llevar más dinero a casa. Cuando nació Irène, Marie compaginaba la investigación con el cuidado de su hija y de la casa. Y en cierto modo tuvo suerte de poder seguir con su carrera en lugar de tener que abandonar la ciencia cuando fue madre. Como dice Montero, Pierre publicó más artículos científicos que su esposa porque «Marie mientras tanto hacía mermeladas». Mientras él podía centrarse en la ciencia, Marie tenía que dedicarse también a otras cosas, hacer «lo que se debe». ¿Cuántas mujeres no han podido seguir con sus carreras porque tenían que hacer mermeladas?
Detrás del mito de la mujer que se hizo un hueco en un ámbito dominado por hombres y abrió así camino para las demás se encuentra una mujer como muchas otras: con virtudes y con defectos, con logros y con cargas, con miedos y convicciones. Una niña decidida a estudiar, una joven que no quiso renunciar a su carrera, una mujer que lloró en privado la muerte de su marido, a la que insultaron y menospreciaron, una mujer que hizo lo que pudo por ayudar cuando era necesario. Dice el libro que Marie Curie no se pronunció nunca en relación a la posición de la mujer en el mundo académico y científico, que no reivindicaba una mayor igualdad. Y esas reivindicaciones ya existían. Parece que ella decidió (consciente o inconscientemente) mantenerse al margen, centrarse únicamente en su trabajo. Ella posiblemente no pensaba en abrir camino para otras, pero lo hizo sin darse cuenta. A pesar de no haberse involucrado activamente en la lucha por la igualdad, es una de las figuras que inspiran a muchas mujeres a perseguir una carrera en la ciencia, contribuyendo a que esa igualdad sea real.
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